Edgar Amador

Edgar Amador

29 Abr, 2024

El impacto real de la inteligencia artificial

A la vera de Periférico sur, en la Ciudad de México, subsisten las ruinas circulares de Cuicuilco. Erigida en el Preclásico mesoamericano, sus pobladores habitaron ese enclave por casi mil años antes de abandonarlo debido a la erupción del volcán Xitle. Por casi un milenio, la tecnología y la forma de vida de decenas de las generaciones que lo habitaron sufrieron pocas modificaciones. Su vida cotidiana fue casi la misma. Quienes nacimos en los años 60 del siglo pasado hemos visto pasar la tecnología analógica, la computadora personal, el internet, el mundo digital, y estamos en los albores de la economía de la inteligencia artificial (IA).

El rasgo fundamental del capitalismo es el desarrollo tecnológico, la creación de artefactos y sistemas que sustituyen y mejoran los rasgos fundamentales del trabajo humano: su cerebro y su trabajo físico. Las primeras revoluciones industriales se especializaron en la fuerza motriz; las oleadas tecnológicas a partir de la computadora buscan trascender la mente y sus capacidades. Nos queda la imaginación.

La velocidad con la que las innovaciones han transformado el mundo se acelera continuamente. La diferencia entre la revolución de las computadoras personales y la inminente, disparada por la IA, son apenas cuatro décadas. Los respectivos mundos son radicalmente distintos en el curso de media generación humana.

La IA transformará la economía mundial y nuestras vidas cotidianas, en formas que aún no imaginamos. Aquellos que aún recordamos lo que era la vida sin teléfonos móviles apenas se nos hace posible que sólo podíamos hablar con alguien hasta llegar a nuestros hogares u oficinas y usar el teléfono. Comunicarnos por escrito implicaba las largas jornadas en que una carta llegaba a su destino. Quienes estén vivos en el 2064 recordarán con lejanía lo que hoy es cotidiano. Pero la IA ya está en marcha. Está siendo usada por empresas, gobierno e instituciones de manera creciente, y también por individuos en una diversidad de actividades en esta etapa inicial.

La IA implica una gigantesca capacidad de cómputo y de procesamiento de información. La escala de esa inversión solamente puede ser financiada por las empresas más ricas del mundo: los colosos tecnológicos que cotizan en el Nasdaq o los gigantes tecnológicos chinos.

Lo anterior implicará que la concentración económica y financiera que ya caracteriza a la economía mundial se acentuará con la transformación de la IA. Las mayores empresas del mundo: Microsoft, Google, Apple, Facebook y Amazon son, por el momento, las únicas con la capacidad para acometer las inversiones necesarias para generar la IA y, por lo tanto, serán las mayores beneficiarias cuando ésta se aplique de manera masiva en la economía. Incluso antes de que la IA cambie nuestra vida cotidiana, está transformando la economía mediante una vasta inversión en capital, físico e intangible.

La semana pasada, las mayores empresas tecnológicas de Wall Street reportaron sus resultados trimestrales y, aunque las cifras variaron, todas compartieron el rasgo común de registrar niveles récord y crecientes de inversión en IA en todos sus rubros de negocios. En lo que es apenas el primer efecto real de la inteligencia artificial, el gasto de inversión de los gigantes tecnológicos está jalando al resto de la economía con una fuerza inesperada y sorpresiva.

En la lucha por conquistar el mercado que representa nuestro tiempo libre: que gastamos navegando por YouTube, charlando en plataformas en nuestros móviles, buscando bienes y servicios de todo tipo o aprendiendo nuevas habilidades en internet, las empresas que dominan ese segmento del consumo necesitan invertir montos crecientes con el fin de mantenerse en la vanguardia frente a sus competidores. El gasto requerido es cuantioso, pero también lo es la recompensa en la forma de ganancias prácticamente monopólicas, en donde la capacidad de los gobiernos por regular las actividades de los ubicuos servicios ofrecidos por los gigantes tecnológicos es muy débil.

En términos económicos, no hay nada artificial en la IA. Sus efectos son reales, tangibles y medibles. La primera ronda de efectos de esta nueva oleada tecnológica es palpable y contundente. Vendrán después otros efectos: el desplazamiento de millones de trabajadores cuyas habilidades serán suplantadas por la IA, entre otros. Pero en la economía de hoy, lo artificial es real.

 

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